El vacío en Colombia
Esa fue mi primera y única vez investigando en el dosel, al menos hasta 2022. En Colombia este mundo ha permanecido casi invisible para la ciencia. Para cambiar esa realidad, en el año 2020 conformamos la Red Dosel Colombia, gracias a la iniciativa de la Fundación Alianza Natural, Canopy Watch International y el Instituto Humboldt, para reunir investigadores e instituciones interesadas en promover y articular la investigación en altura. Uno de sus grandes logros a la fecha fue la publicación del estudio más completo sobre el tema en el país, que muestra cómo la investigación en el dosel en Colombia comenzó en 1974, pero solo desde los 2000 empezó a crecer de manera sostenida.
El artículo menciona que entre 1974 y 1990 hubo apenas 6 publicaciones, mientras que entre 2008 y 2022 la producción superó las 100. Este aumento se explica por el interés global en el cambio climático y el papel de los bosques en la regulación del carbono y el agua; por el uso de tecnologías como drones y sensores remotos que redujeron la necesidad de grandes infraestructuras (como la grúa del Smithsonian); y por la mayor cooperación internacional que vinculó a instituciones colombianas en redes globales.
Aun así, más de la mitad de los estudios (60%) trataron al dosel como una variable secundaria; la mayoría (53%) se hicieron desde el suelo, solo un tercio accedió directamente a las copas y apenas una quinta parte recurrió a sensores remotos, como satélites y drones.
Una red para mirar hacia arriba
La importancia de llenar ese vacío es evidente: se calcula que entre el 30% y el 60% de la diversidad de algunos grupos habita exclusivamente en el dosel. Un inventario de fauna sin incluir esta capa puede subestimar de manera drástica la riqueza real de especies.
La Red Dosel Colombia tomó forma gracias a iniciativas como el curso Descubriendo el dosel, un programa internacional de formación en técnicas de ascenso que se ofrece desde 2019; la presentación de investigaciones y resultados en simposios y congresos; y el diseño de proyectos que incluyen explícitamente al dosel como protagonista. Hoy la integran universidades de distintas regiones del país junto con otras fundaciones y corporaciones que trabajan en investigación y conservación.
Gracias a esta articulación, equipos colombianos avanzan en temas que antes parecían imposibles: seguimiento a la anidación de aves rapaces como el águila harpía y el águila crestada; monitoreo y recolección de semillas de magnolios, un grupo de árboles altamente amenazados; instalación de sensores acústicos (Guardianes del bosque) y dispositivos de monitoreo de fauna (Sparrow) en regiones remotas; y reubicación de epífitas que antes eran inaccesibles.
Incluso, un proyecto en curso —Life on Trees— busca inventariar absolutamente toda la vida asociada a un solo árbol, desde bacterias y hongos hasta mamíferos y aves, con datos recolectados en el Putumayo.
Lo que aún no sabemos del dosel
El dosel ha sido descrito como “la última gran frontera terrestre” porque todavía guarda misterios, nuevas especies y quién sabe qué otras sorpresas. En un país megadiverso como Colombia, representa una fuente de conocimiento que apenas empezamos a explorar. Cada expedición, sensor y cámara instalada en las copas nos acerca a entender mejor nuestra biodiversidad. Sabemos que el dosel es clave, pero aún desconocemos gran parte de sus dinámicas, la diversidad que alberga y su papel en procesos ecosistémicos. Particularmente, regiones como la Orinoquía, el Chocó y el Caribe no han sido muy estudiadas y algunos grupos, como los reptiles, simplemente no se han tenido en cuenta.
Ese mismo asombro que me llevó de niño a trepar árboles es el impulso que hoy anima a iniciativas como Biofilia, y es el que necesitamos mantener vivo para seguir explorando las copas de los árboles. Trabajando en red y buscando cada vez más espacios para desarrollar y divulgar la ciencia del dosel, seguramente llegaremos más lejos y, sobre todo, más alto.